El pasado día 19 de noviembre, el periódico La Verdad de murcia publicó este artículo del presidente de ADSP-RM, el Dr. Abel Novoa. Lo reproducimos a continuación
“Es extraño ver a los sindicatos de los funcionarios protestar porque parece peligrar el sistema Muface. Eso no es defender la salud porque el modelo tiene importantes efectos negativos. El primero es la selección adversa: las aseguradoras privadas, cuando la cosa se complica con enfermedades graves y costosas, “expulsan” a los pacientes hacia el sistema público donde llegan como “paracaidistas” ya que no se conoce nada de ellos y esto supone una desventaja. El segundo efecto negativo: los mutualistas acceden directamente a las “especialistas”, es decir, no tienen una médica o enfermera de familia que los atienda. Y esto es un problema trascendente. Desde el punto de vista poblacional se ha comprobado que las organizaciones sanitarias centradas en la asistencia especializada, es decir, sin atención primaria como Muface, tienen mejores resultados si se consideran los indicadores biológicos de control de enfermedad como, por ejemplo, el nivel de colesterol o el de azúcar. Sin embargo, la salud de la población es peor y se consigue de forma menos eficiente que si el sistema cuenta con atención primaria. ¿Cómo puede ser? Dos razones: el resultado en salud, especialmente en enfermos con varias patologías crónicas, no depende tanto del control de cada una de las enfermedades como de la visión integral de una profesional de primaria que sepa, junto con la persona, qué es conveniente en cada momento. Si a los enfermos les atiende una especialista para cada enfermedad, esta visión global falta y nadie vela por la relevancia de las intervenciones. Algo puede estar indicado desde el punto de vista de los protocolos, pero no ser oportuno considerando la situación compleja del paciente. Sin una profesional de atención primaria los enfermos tienden a tomar más medicamentos, hacerse más pruebas o sufrir más intervenciones no estrictamente necesarias lo que, finalmente, genera peores indicadores de salud. La segunda razón. La salud no es la ausencia de enfermedad sino tener capacidad para llevar una vida satisfactoria a pesar de las enfermedades. Estar sano implica saber/poder mantener el delicado equilibrio entre cargas -como las que conlleva la vida diaria y las propias de los tratamientos y recomendaciones profesionales- y recursos, como el nivel educativo, económico, personalidad, apoyos sociales. Cuando esa estabilidad se pierde, la persona es incapaz de auto-cuidarse y usar adecuadamente los dispositivos asistenciales con lo que la salud empeora todavía más. El contrapeso entre cargas y recursos es individual ya que los factores que contribuyen al mismo son biológicos, pero también psicológicos, económicos, culturales y relacionales, es decir, personales y contextuales. Cada uno está sano a su manera y saber cómo ayudar a los enfermos requiere una interpretación compleja personalizada que es mucho más difícil que aplicar un protocolo. Por eso la longitudinalidad, es decir, tener una misma médica de familia durante al menos tres años, lo que facilita el conocimiento personal y contextual, reduce las visitas a urgencias e ingresos un 13% y las muertes un 8%. Si son 15 años de longitudinalidad, los beneficios se multiplican por tres. Por si esto fuera poco, hay importantes evidencias científicas, como las que examina el best-seller “Compassionomics”, que demuestran que la calidad de la relación clínica, como la que es posible en el contexto de la atención primaria, es una hard tech, es decir, mejora por sí misma el resultado de muchas enfermedades como traumatismos, infecciones, heridas o la diabetes. Estos sorprendentes hallazgos tienen explicación. La neurociencia y las ciencias de la complejidad, como la network medicine, explican de forma sólida las inter-relaciones entre mente y cuerpo y entre el contexto psico-social y la fisiopatología de las enfermedades. Hay datos científicos que demuestran que dolencias como el dolor lumbar crónico (la principal causa de discapacidad en el mundo), la fibromialgia, los malestares emocionales o los síntomas físicos persistentes (como el colon irritable, la cefalea o los mareos en las personas mayores), mejoran a través de enfoques clínicos generalistas basados en relaciones terapéuticas de confianza que, con técnicas de comunicación y apoyo, consiguen reprocesar la sintomatología a nivel cerebral aprovechando la plasticidad neuronal. En los últimos 15 años, el desarrollo científico ya no es solo reduccionista/especializado sino también complejo/generalista. Su aplicación a las patologías emergentes, especialmente la cronicidad, los malestares emocionales y los síntomas físicos persistentes, cuenta con evidencias robustas que instan urgentemente a priorizar políticas que atiendan los determinantes sociales de la salud (como la pobreza, la vivienda, el empleo, el medio ambiente, la educación), que establecen las condiciones de vida, pero también la posibilidad de una atención individualizada a través de una relación clínica estable y de calidad, capaz de integrar las variables biológicas, psicológicas, relacionales, sociales, culturales o ambientales. No poder beneficiarse de estos avances científicos es injusto para los mutualistas de Muface y, en gran medida, para los pacientes del sistema público ya que las condiciones del desempeño en atención primaria impiden desplegar todas las potencialidades terapéuticas del generalismo”